DONAJÍ
...
LA
LEYENDA
La
casa
del
Rey
Cosijoeza
está
de
fiesta.
Un
bagidito
de
plata
llena
los
ámbitos
de
cálida
alegría
y
enciende
todos
los
cariños;
ya
han
puesto
en
sus
manos
hoyueladas,
el
malacate
simbólico
de
la
femineidad
y,
cual
una
princesa
de
cuento,
la
niña
recién
nacida
espera
a
las
hadas
de
los
bellos
dones.
Tiboot,
el
sacerdote
de
Mitla,
descifra
en
el
cielo
el
signo
de
aquella
niña,
hija
de
la
amorosa
Pelaxilla
y
del
rey
zapoteca,
noble
y
fuerte,
cual
un
dios
de
los
griegos.
Tiboot
titubea
y
dice
al
fin:
"Múltiples
virtudes
adornan
a
nuestra
princesa,
pero
el
signo
de
la
fatalidad
estaba
en
el
cielo
cuando
ella
nació.
Este
hecho,
precursor
de
funestos
sucesos,
nos
dice
que
ella
misma
se
sacrificará
por
amor
a
la
patria".
El
capullo
de
carne
y
rosas
se
llamó
Donají,
nombre
sonoro
y
dulce
que
quiere
decir:
"Alma
Grande".
El
estruendo
de
la
guerra
despertó
una
noche
a
la
núbil
princesa,
hecha
ya
de
gracia
y
belleza.
Mixtecos
y
Zapotecos
disputan,
pueblos
igualmente
fuertes,
sabios
y
poderosos.
Los
guerreros
Zapotecas,
traen
un
prisionero
moribundo;
la
sangre
baña
su
cabeza
y
una
palidez
mortal
cubre
su
faz
virilmente
hermosa.
Sus
ropas
y
sus
armas
dicen
que
pertenece
a
elevada
alcurnia.
Está
sin
conocimiento,
los
guerreros
lo
dejan
y
retornan
al
tumulto
de
la
lucha.
Donají,
compasiva,
lava
sus
heridas
y
lo
esconde
al
furor
de
sus
enemigos.
Juventudes
brillantes,
audaces,
nobles
vástagos
en
plena
edad
del
mejor
ensueño,
sintieron
que
el
amor
había
brotado
entre
ellos,
uniéndolos
para
siempre.
Cuando
el
príncipe
Nucano,
"Fuego
Grande".
Que
tal
era
el
nombre
del
prisionero,
se
hubo
restablecido,
pidió
a
Donají
que
le
dejara
partir.
Los
Mixtecas
contaban
una
vez
más
con
el
valiente
y
arrojado
príncipe,
que
los
guaba
en
las
victorias,
gracias
al
amor
de
Donají.
La
lucha
se
había
entablado
encarnizadamente.
El
valiente
Cosijoeza
había
tenido
que
abandonar
Zaachila,
capital
de
su
reino.
Entabladas
las
negociaciones
de
paz,
los
Mixtecas
las
aceptaron,
pero,
desconfiando
del
astuto
rey
zapoteca
que
había
tenido
tantos
ardides
en
la
lucha,
pidieron
en
prenda
de
paz
a
la
dulce
princesa
Donají,
que
embellecía
los
días
de
su
padre.
Si
por
alguna
circunstancia
el
rey
zapoteca
no
respetaba
los
tratados,
la
princesa
sería
muerta
por
los
guardianes
Mixtecas.
El
sacerdote
católico,
pues
se
estaba
entonces
en
plena
Conquista,
iba
todos
los
días
a
visitar
el
campo
de
los
Mixtecas
y
dejaba
algo
de
la
leyenda
de
un
Dios
único,
desconocido.
Donají
pidió
el
bautismo,
y
el
Padre
Juan
Díaz
le
puso
el
nombre
de
Doña
Juana
de
Cortés,
rememorando
en
la
doncella
Alma
Grande
a
su
reina
española.
Corrían
una
y
otra
las
noches
de
luna
resplandecientes.
Donají
se
sentía
humillada
de
ser
prenda
de
paz,
cuando
la
palabra
de
su
augusto
padre
bastaba
por
sí
sola,
como
que
era
la
palabra
de
un
rey.
Una
noche
en
que
había
muerto
la
luna
resplandeciente
y
los
mixtecas
dormían
confiados,
Donají
atenta
a
los
rumores
de
la
noche
pensaba:
¡
Oh,
si
yo
pudiera...!
La
ocasión
se
presentaba
propicia
y
con
una
de
las
damas
envió
a
su
padre
recado
de
que
los
Mixtecas
dormían
en
la
placidez
de
sus
dominios
de
Monte
Albán.
Pasaron
momentos
largos
y
pesados.
De
pronto,
un
leve
murmullo
avisó
a
la
Princesa
que
los
suyos
subían
por
la
montaña.
De
improviso
cayeron
en
el
campamento
y
los
Mixtecas
murieron
a
millares,
antes
de
haber
organizado
la
defensa.
Un
dardo
penetró
en
la
alcoba
de
la
princesa;
era
señal
convenida
de
que
los
suyos
iban
a
rescatarla.
Se
disponía
a
huir,
cuando
los
guardianes
Mixtecas
la
apresaron,
para
vengar
en
su
persona
la
afrenta
de
los
Zapotecas.
Bajaron
la
montaña.
Un
nombre
musitaba
sus
labios
puros
y
rojos
que
parecían
morir
de
desesperanza.
Nucano,
el
de
los
blancos
amores,
era
sólo
un
recuerdo
que
parecía
perderse
en
las
brumas
de
aquel
amanecer.
Los
negros
ojos
de
Donají,
se
entrecerraron
para
enviar
sus
últimos
pensamientos
a
Zaachila,
a
la
patria
bella,
grande
y
victoriosa.
Los
sones
bélicos
de
los
Zapotecas
llegaban
hasta
los
oídos
de
los
fugitivos;
el
agua
del
río
se
veía
oscura
por
la
sangre
de
los
guerreros
de
Cosijoeza.
La
sed
de
venganza
brotó
incontenible
entre
los
Mixtecas;
ahí
tenían
a
Donají,
la
bella,
la
del
Alma
Grande...
Y
junto
a
las
aguas
rumorosas,
se
consumó
la
venganza.
Y
allí
mismo,
el
tibio
y
decapitado
cadáver
encontró
sepultura,
y
la
verde
pradera
entretejió
su
mortaja,
mientras
el
Río
Atoyac
recitaba
la
muerte
dolorosa
de
la
princesa
zapoteca...
Pasó
mucho
tiempo.
Se
cuenta
que
un
día
de
invierno,
un
pastorzuelo
descubrió
un
lirio
fragante
al
pasar
por
las
márgenes
del
Río
Atoyac.
Lo
insólito
de
una
flor
en
esa
época
lo
llenó
de
asombro.
Más
aún,
cuando
a
los
quince
días
volvió
a
encontrar
en
el
mismo
lugar,
el
mismo
lirio
terso
y
lozano,
como
si
un
misterioso
poder
lo
conservara
FUENTE:
Municipio
de
Oaxaca
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